¿Qué pasa con los chicos?
Esta verdad es ta que ningún padre tendrá ganas de escuchar: para mentir, hay que ser inteligente. De modo que si tu hijo te miente, tendrás una razón -tal vez extraña- para congratularte por la inteligencia de tu vastago.
Mentir exige no sólo entender correctamente cuál es la verdad acerca de algo, a fin de poder tergiversarla, sino también conocer lo suficiente al destinatario de la mentira como para poder establecer si el recurso funcionará con él o ella.
En un artículo titulado Lying (‘mentir’) y reproducido por ef Center for Effective Parenting, Kristin Zolten y Nicholas Long, del Departamento de Pediatría de la Universidad de Arkansas, aseguran que los chicos, a partir de los 6 u 8 años, mienten para evitar un castigo, impresionar a otros, mejorar su amor propio o para conseguir algo que quieren. Pero también mienten para proteger a otros: «Los niños son muy leales con sus amigos y con los miembros de su familia. Pueden mentir para proteger a alguien», afirman los especialistas.
Yo, a salvo
Hay mentiras menos altruistas. O que, a lo sumo, limitan la generosidad a uno mismo. José María Martínez Selva, autor del libro Psicología de la mentira, señala que las razones más frecuentes para mentir son el temor a las consecuencias por revelar algo o el deseo de no asumir una responsabilidad. «Me encantaría salir con vos el viernes, pero justo tengo una fiesta».
Este ejemplo lleva a otro aspecto positivo que los adultos encontramos en el hecho de mentir: preserva la imagen que tenemos de nosotros mismos. Para no quedar expuestos con una verdad ingrata entre los labios, optamos por mentir y seguir siendo considerados grandes amigos, buenos hijos, empleados ejemplares y mejores padres.
El secreto
«Un secreto que protege a otros tiene más valor que una verdad dicha sólo por sentirse bien», señala Lilia Esther Vargas, psicóloga e investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, de México.
Revelar una indiscreción o una debilidad de un tercero puede ser cruel antes que honesto. El silencio, a veces, es un acto generoso.
Como se ve, nada es tan simple o «tan obvio» como parece. La próxima vez, antes de asegurar rápidamente que la mentira es un pecado, habrá que preguntarse si no contiene alguna pequeña cuota de virtud.