El empeño en encontrar la solución óptima a tus problemas te ha llevado a expresar a todo el mundo tus dudas, a dilatar excesivamente algunas decisiones o a no tomarlas nunca. En lugar de pedir ayuda constantemente, lo que has de aprender es a aceptar la incertidumbre.
Encuentra el punto medio. Entre ser impulsiva a la hora de tomar decisiones a pretender encontrar la decisión perfecta, va un abismo.
Piensa sólo un tiempo razonable. Si no tienes clara la decisión y puedes posponerla, lo mejor es parar. Muchas veces, durante este tiempo de «descanso» surge claramente lo que de verdad quieres hacer. Pensando demasiado, lo único que consigues es distorsionar el problema y torturarte.
Ten autocontrol. Proponte firmemente tomar las decisiones por ti misma y, aunque te informes o expreses tus dudas, asume la responsabilidad de las mismas sin dejarte llevar por lo que te digan los demás.
Confía en ti. No hay nada que nos produzca más desazón que tomar una decisión desafortunada inducido por otros. Si somos nosotros quienes nos equivocamos, aceptamos mejor los errores que si nos hemos dejado influir por los demás. Y si las decisiones no nos pertenecen, aunque nos salgan bien, no nos atribuimos el éxito. Podemos pedir consejo, pero sabiendo que la responsabilidad de la decisión es nuestra.
Toma lápiz y papel. Cuando tengas que tomar una decisión, escribe las diferentes alternativas, mostrando ¡os pros y contras de cada una. Verás con más claridad os resultados.