El sentimiento patológico ante hechos irreparables o de los que no somos responsables es muy dañino, y tenemos que erradicarlo. Hay varias etapas que nos conducirán al éxito en nuestro empeño:
1. Aceptar el sentimiento de culpa. Por paradójico que resulte, es fundamental acogerlo y aceptarlo. No sirve de nada luchar contra uno mismo. En la frase «Ya no me siento culpable» está implícita esta otra: «Me siento culpable». Sólo nos podemos librar de aquello que sabemos que tenemos.
2. Admitir nuestras limitaciones. En la culpabilidad está implícito el sentimiento de poder, el pensar que somos responsables de todo y que podemos influir en el devenir de los acontecimientos. Ser conscientes de que no tenemos este poder es muy duro, y nos deja indefensos frente al mundo; debemos aceptar gradualmente nuestras limitaciones, siempre teniendo en cuenta que tenemos un margen de poder para decidir y actuar. Es decir: renunciar a controlarlo todo, pero también a la resignación, que sólo conduce a la desesperanza y al inmovilismo.
3. Asumir la responsabilidad propia y rechazar la ajena. Si renunciamos a nuestro poder sobre los demás, les permitimos existir como personas con sus propias decisiones y capaces de asumir su responsabilidad en los hechos. La pregunta clave que hay que hacerse es: ¿soy responsable de una situación o ha intervenido la voluntad de otro? Debemos asumir todas las responsabilidades que nos tocan, pero rechazar las que no nos atañen.
4. Reparar el daño y pasar página. Cuando realmente hayamos cometido una falta, debemos repararla, aunque sea de manera simbólica, si ya no está en nuestra mano solucionarla (por ejemplo, resolver el conflicto con un amigo fallecido hablando con su viuda). En el caso de la culpa patológica, en la que no hay faltas que reparar, es inútil convencer de esto al que la sufre. De nada sirve recordarle a una madre que sufre por llevar a su hijo a la guardería que no está cometiendo ningún delito. Entonces, la toma de conciencia es fundamental: asumir que no somos omnipotentes y que no está en nuestra mano la felicidad universal.