«¡Se me soltó la cadena!».¿Conoce esta expresión? La usamos cuando un arrebato de ira nos inunda. Algo nos hace sentir contrariados, incómodos, nos molesta. Y se nos nota. Ya sea por algo que decimos a los gritos o por lo bajo, murmurando. También podemos tratar de disimularlo y de esa manera nos sentimos una bomba a punto de explotar.
Cuando aparece el enojo, nuestro cuerpo comienza a dar señales del estrés que esta situación provoca. Nos cuesta más respirar, se nos seca la boca, sentimos una opresión en el pecho; y también por dentro todo nuestro sistema se activa por sentir este estrés. El circuito ansioso se pone en marcha como siempre cuando el organismo se siente amenazado y pasamos a segregar otras hormonas, se altera la secreción ácida del estómago y nuestra presión sanguínea sube. Por supuesto, ¡a ira ocasional no produce daño duradero, pero el enojo crónico sí. El estrés que produce la ira va inclusive más allá de nuestras respuestas fisiológicas, abarca también al campo de nuestras relaciones interpersonales.
Analícelo en su propia experiencia, ¿le ha dado ‘buen resultado’ andar por la vida a los gritos y peleado con que destruye. Levanta murallas entre usted y los que lo rodean; se producen heridas y en e¡ mejor de los casos, cicatrices. La buena noticia es que la ira se puede controlar. No hace falta quedarse finalmente con la culpa y el remordimiento de haber herido. Hay maneras más conducentes de manejarse y se pueden desarrollar habilidades para que esto ocurra. Usted puede vivir con menos ira en sus relaciones y buscar mejores modos de expresar necesidades y resolver problemas.
Fuente: Buenas Ideas