¿Cuáles son las máscaras más comunes que adoptamos?

En la vida, siempre pagamos precio, nos guste o no. Por cada decisión y actitud que tomamos vendrán consecuencias imaginadas y otras jamás pensandas. Y es que incluso cuando no estamos haciendo nada, estamos eligiendo. Es por ello que debemos ser conscientes que todo lo que hacemos  o dejamos de hacer influye directamente en nuestras vidas. Pregúntate: ¿En qué áreas no te has animado a correr el riego de ser auténtico?

A continuación enumeramos las máscaras más comunes para que podamos identificarnos y, por qué no, reírnos de nosotros mismos: no hay mejor remedio que tomarnos nuestras miserias con una seria liviandad.

La víctima: «El mundo está contra mí». Nunca es responsable de nada, siempre la culpa es de otros.

El pobrecito: «Soy indefenso». En el fondo es cómodo y logra que los demás hagan todo por él siempre obtiene todo manipulando).

El duro: «Aguanto todo, soy fuerte y los que se emocionan son débiles». Por ser así, termina solo ya que na ¡e comparte con él sus tristezas.

El salvador: «Me hago cargo de todos y no necesito ayuda». Está siempre ocupado en resolverle la vida a los demás y no se ocupa de sus problemas (precisa que los demás lo necesiten).
La falsa Madre Teresa: «Me muestro evolucionado v hablo todo el tiempo de la energía y del amor». Sin embargo, este tipo de personas puede que hace tiempo no tengan ni pareja ni sexo pero que sí tengan mucho resentimiento acumulado.

El negador: «Todo lo que leo me resulta ajeno, nada me toca, nunca tengo problemas». Sigue así hasta que se enferma, se divorcia o choca con el auto… No obstante, jamás relaciona ésto con su cerrazón.

El peleador: «Vive a la defensiva. Ve amenazas, agresiones y malas intenciones donde no las hay.» Siente que todo es una porquería y que lo único que le queda es defender lo poco que tiene.

El provocador: «Necesito ser el centro de atención, estoy permanentemente enteni ente provocando a los demás». Le gusta generar reacción en los otros y que todos terminen hablando de él, aunque digan cosas malas.

El incontinente verbal: «No puedo parar de hablar, vivo diciendo cualquier cosa con tal de matar el silencio que me aterra…» Se hace el chistoso, habla del tiempo, de política o de la vecina, pese a que se dá cuenta de que los demás se cansan de escucharlo.

El adecuado: «Me muestro correcto, formal y cortés…» Sin embargo, en el fondo se siente bohemio, creativo, loco y diferente.

Scroll al inicio