A continuación, como en todas nuestras guías, les presentamos este significativo relato:
Un filósofo había estado ponderando sobre la existencia de Dios por muchos años, tratando de entender la divinidad. Viajó por todo el mundo, discutiendo profundamente con teólogos, sacerdotes, ministros, rabinos (…). Un día él estaba caminando por la playa, perdido en sus pensamientos, tratando de entender a Dios en toda su complejidad. Pasó cerca de un niño que estaba cavando un hoyo en la arena. El niño cautivó su curiosidad. Éste excavó hasta que hizo un gran hoyo y luego, corrió al océano, tomó agua entre sus manos, y corrió de vuelta para colocarla en el hueco. Finalmente, esto sobrepasó al filósofo. Se acercó al chico y le preguntó:
– ¿Por qué estás tomando agua entre tus manos y la estás poniendo dentro de este hueco?
– Estoy haciendo lo mismo que tú -replicó el chico-, ¡estoy tratando de meter el océano en este hueco, de la misma forma en que tú estás tratando de meter a Dios en tu cabeza!
Las preguntas que agobian
La mente tratará siempre de analizar, de comprender y de evaluar cada situación, porque necesita desesperadamente mantenerse entretenida, es así como surgen pensamientos negativos tales como:
«¿Estoy dejando que mis pensamientos me afecten demasiado?»
«Creo que no estoy progresando lo suficientemente rápido ¡Todos están creciendo más rápido que yo! ¡Mira, cuánto han crecido todos ellos!»
Éstos sólo son juegos de la mente. No nos quedemos atrapados en este tipo de pensamientos, porque en el momento en que lo hacemos, se convierten en un apego. Simplemente, mirémoslos pasar y no nos causarán ningún sufrimiento.