Se habla de la prolongación de la adolescencia cuando la resolución del conflicto adolescente se demora y, por tanto, es tardía también la consolidación de la independencia. En algunos casos sólo se trata de una postergación, en otros se convierte en una forma de vida. En los Estados Unidos llaman a estos perpetuos adolescents la «generación Odisea» porque como el héroe homérico, se internan en la larguísima búsqueda que parece nunca terminar.
Si bien las crisis económicas contribuyen a esta realidad, son más bien las familias con disponibilidad las que pueden prolongar la adolescencia de los hijos. Algunos jóvenes lo hacen porque, al optar por una formación superior, necesitan del apoyo de sus padres, incluso luego de haberse graduado. Salir al mercado laboral solo pertrechado por el título de grado muchas veces significa tener que aceptar trabajos con mucha carga horaria y sueldos bajos, lo que impide seguir capacitándose.
Pero la convivencia no es fácil, los vínculos se resisten y los padres pierden espacio en un momento donde deberían tenerlo asegurado. Otros jóvenes se quedan porque, aunque trabajen, no pueden ni remotamente pensar en pagar un alquiler además de los gastos de manutención.
Para estos padres, el ejercicio de la paternidad no es fácil. Por pertenecer a la generación que rompió con los valores tradicionales, se encuentran sin referencia acerca de cómo actuar con sus hijos, ya que su propia generación tenía otros horizontes. Si bien no hay una receta única en la relación padre-hijo, el diálogo y la escucha mutua es fundamenta-además del afecto y su demostración- para llegar a buen puerto en este difícil pero enriquecedor y maravilloso vínculo.
Fuente: Revista Buenas Ideas.