Afrontar un problema de convivencia con solvencia refuerza la unión y estrecha sus lazos afectivos. La clave está en encarar las dificultades de manera constructiva. Y fueron felices para siempre» es un buen final para un cuento o para una película, pero ninguna pareja puede pensar que, tras su unión, todo será idílico y no habrá obstáculos que superar. Este tipo de actitudes, junto con la creencia de que no discutir es lo mejor para la vida en común, sólo hacen más dificil lo inevitable.
Porque en la vida real, las personas tienen puntos de vista distintos, maneras de hacer diferentes y opiniones encontradas, por lo que en toda relación van a surgir, tarde o temprano, desavenencias. Lo mejor es aceptarlo y saber cómo encararlas cuando surjan. Los desencadenantes de una crisis pueden ser de diversa índole. Vamos a reseñar los más frecuentes:
Problemas de comunicación. Es la mayor fuente de conflictos: no saber cómo hablar con el otro de las cosas que nos parecen importantes. Hay quien calla por no herir o porque cree que el otro «debería saber» lo que le pasa por la mente. No se dice nada hasta que la situación explota y entonces, en lugar de hablar, se discute a gritos.
Dar la conquista por terminada. Es muy común pensar que, con el matrimonio, la conquista ha acabado. La convivencia consiste en una reconquista diaria, en la que los detalles siguen siendo tan importantes como el primer día.
Idealización. Tener la vida de pareja sublimada genera conflictos, sobre todo, al principio de la convivencia, cuando surgen las primeras dificultades.