En una relación sexual amoroso, el cerebro, que es el principal órgano de la sexualidad, dirige al resto del organismo, es decir, las hormonas, el sistema nervioso, cardiovascular, muscular y a toda la química que se pone en juego, a favor de una respuesta sexual armoniosa, intensa y placentera, de manera que cada centímetro del cuerpo de los amantes pide ser tocado, acariciado, besado. El cuerpo en su totalidad habla a través de los sentidos, provocando que cada órgano involucrado, realice su parte en esta gran reacción química.
En el cambio meramente genital se pone en juego solamente los órganos genitales y parte del sistema nervioso, con lo cual la respuesta que se obtiene es diferente, mucho más limitada. Por su parte, quienes llevan adelante actos sexuales guiados por el amor, buscarán permanentente los ingredientes para convertir esta experiencia en algo mucho más completo y gozoso. Esto no les costará demasiado trabajo, ya que se trata de atender a las necesidades fisiológicas propias y las del/la compañera/o, por quien sienten afecto y con quien están comprometidos emocionalmente.
Por su parte en el caso de compañeros de genitalidad ocasionales, guiados por las poderosas fuerzas del deseo físico casi exclusivamente, y ansiosos por lograr una satisfacción genital sin postergaciones, la ternura tiene poco o ningún lugar en ese escenario, ya que suele verse como una pérdida de tiempo. No existe en este caso motivación hacia la ternura y hacia sus manifestaciones.