Cuando los conflictos se resuelven en la cama (I)

Una particularidad importante de la sexualidad es que el tipo de lenguaje que se emplea en los vínculos sexuales es, predominantemente, no verbal. Es un tipo de lenguaje que hemos utilizado todos los seres humanos en los primeros meses de la vida, anterior al lenguaje verbal, muy preciso, de características digitales, propio de la vida adulta.

En la relación sexual volvemos a emplear, en medio de un clima erótico, ese tipo de lenguaje primitivo, acompañado casi siempre de quejidos, interjecciones y escasísimas palabras. Abrazos, caricias y besos se vuelven elementos indispensables para «encender» los motores que llevarán, en minutos, al anhelado orgasmo.

Sin embargo, este tipo de lenguaje, que se denomina analógico, es el empleado en la poesía, el teatro o el cine por los artistas. Cargado de afecto, esta forma de comunicación, al carecer de la precisión del lenguaje verbal, es motivo de malos entendidos y de conflictos. Como no lo empleamos con asiduidad, salvo durante las relaciones sexuales, suele sobrecargarse de emociones, provenientes de otros lugares y de otros tiempos.

Repercusiones físicas

Es así como esta sobrecarga es la responsable de numerosos problemas disfuncionales. Los órganos genitales, tanto en los hombres como en las mujeres, se encuentran precisamente gobernados por un tipo de sistema nervioso, denominado autónomo, que por supuesto no es voluntario y que ejerce su función sobre las glándulas, las secreciones, la función eréctil, la excitación sexual y sobre la capacidad orgásmica.

Un conflicto reciente, o más lejano, en la pareja, que pasó casi inadvertido o al que no se otorgó importancia, subrepticiamente se desliza en las relaciones íntimas. La consecuencia, horas o días después de que la discusión haya pasado, se manifiesta con una falla total o parcial de la erección, o un problema eyaculatorio, o una dificultad para obtener el orgasmo femenino o, no pocas veces, con problemas de lubricación o con dolores durante el coito.

Mucho más sutiles son las alteraciones posibles en el lenguaje primitivo no verbal empleado durante la relación sexual. Un pellizco que quiso ser caricia, un abrazo que apretó algo más firme que de costumbre, un mordisco que intentó ser beso suelen ser el inicio de un conflicto que afecta e interrumpe muchas veces el momento. Una asombrosa ignorancia de la pequeña historia, que en estos casos se remonta a horas o días, oscurece el origen de estos malentendidos. De allí que el vínculo sexual, anhelado y gozoso, pueda contaminarse de antiguas discusiones, diferencias o temas conflictivos nunca resueltos.

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